¿Por qué es tan difícil hoy en día la paternidad? ¿Por qué es tan dolorosa?
A menudo los conflictos con los hijos se convierten en la tónica de una relación que debería ser fuente de enorme felicidad.
Tener hijos pocas veces es como lo soñamos. Algunos padres esperan un bebé sonriente y dormilón, y en su lugar, se encuentran con un pequeño que no para de llorar y que parece no encontrarse a gusto en ningún momento.
En otras ocasiones, las decepciones llegan más tarde, cuando el angelito que había llenado su vida de risas durante dos o tres años, se convierte de repente en un mocoso exigente y gritón, que organiza tremendas pataletas por pequeños contratiempos y contra el que hay que luchar para llevar a cabo cualquier actividad diaria.
Hay padres que no se topan con sus fantasmas hasta que el retoño ya es todo un niño, que se dedica a hacer gamberradas en el colegio o a sus hermanos, que no para de llamar la atención con las más variadas tretas.
A muchos padres que, a pesar de los años, siguen teniendo en casa un angelito, les viene a golpear de frente la adolescencia. Y se preguntan de dónde habrá salido ese pequeño desagradecido que reniega de ellos, ese temerario que se pone en peligro, ese “niño” que se cree adulto y que cree lo sabe todo cuando no sabe nada.
Y también hay algunos padres que, teniendo hijos ejemplares en todas las primeras edades, se encuentran de repente con un hijo-adulto con el que tienen una relación difícil, o que no logra independizarse, o que es infeliz y que parece que les culpa.
Los hijos son un desafío. Un desafío a nuestra madurez, a nuestra inteligencia, a nuestro corazón y a nuestra capacidad de aprendizaje.
Los valores de una paternidad sana y responsable son básicamente cuatro:
Sinceridad con uno mismo y los demás.
Capacidad de autocuestionarse y dominar el orgullo.
Flexibilidad.
Capacidad de aprendizaje.
Medita un segundo sobre ti mismo y las anteriores cualidades, valórate como padre del 0 al 10 en cada una de ellas.
Valora a tus propios padres en relación a cada una de ellas.
Los hijos vienen para avanzar, para aprender de nosotros, para enfrentarse con mejores armas al mundo que les toca vivir.
Los hijos vienen equipados para aprender de los padres lo que van a necesitar en la vida. Ha sido así desde tiempos remotos, es así en los mamíferos y otras especies animales.
En el pasado había pocos cambios en la forma de vivir de una generación a la siguiente, y los padres trasmitían a sus hijos aquello que a ellos les había servido y les servía para vivir, y los hijos aprendían con la seguridad de que lo que sus padres les trasmitían era lo que ellos necesitaban.
Pero hoy en día el mundo es muy distinto, cada generación se encuentra con unas condiciones que no tienen nada o muy poco que ver con las de sus padres.
Los hijos aterrizan en este mundo y les empezamos a enseñar cosas que no les servirán. Y ellos lo saben, lo saben porque nosotros lo sabemos. No hay apenas padres o madres que no estén asustados ante el difícil reto de la educación de sus hijos.
Todos tenemos miedo. Con un bebé en brazos quedan pocos progenitores que no se pregunten ¿lo haré bien?. Nos da miedo convertirlo en caprichoso, no saber educarle para sortear los obstáculos que la vida le pondrá.
¿Qué padre no tiembla pensando si su hijo probará las drogas? ¿Qué padre no está asustado ante la perspectiva de que su hijo se “pierda” entre tantas amenazas que presenta la nueva sociedad (ludopatía, comida basura, aislamiento, consumismo, adicciones de todo tipo, etc)?
Los niños vienen y desde pequeños van notando nuestro miedo, el miedo a no hacerlo bien, a no prepararlos para el futuro que deberán afrontar.
Nosotros temblamos de miedo ante la perspectiva de “hacerlo mal”, y los niños lo perciben, y por eso nos dicen con sus actos “No sabes prepararme. ¡Aprende!”
Los niños son seres intuitivos, más intuitivos cuanto más pequeños. Y saben leer en nuestro corazón. ¿No sabes qué hacer ante una rabieta? Escúchale y escucha a tu corazón. Cuando hagas lo correcto, tu corazón estará en paz, y el niño lo notará y estará en paz.
Pero ¿qué necesitan aprender? ¿qué debemos enseñarles? Hoy en día el mundo ha cambiado, es muy distinto. El aprendizaje de las habilidades intelectuales ya no es una prioridad. No lo es porque todo lo que una persona necesite saber lo tiene casi al alcance de la mano.
Hace treinta años el grueso de la población de la sociedad disponía de dinero para abastecerse en el supermercado. Esas personas necesitaban aprender a leer, a escribir, a contar y a sumar. Y necesitaban memorizar datos y adquirir la información necesaria para desempeñar sus diferentes trabajos.
Hubiera sido un absurdo seguir enseñando a las personas solamente a cultivar su propias hortalizas, a criar sus animales, a fabricar sus herramientas, etc.Hoy en día se está cometiendo este terrible error en la enseñanza infantil. Se enseña a los niños solamente cosas que, en muchos casos aprenderían igualmente sin enseñárselas (hoy en día por necesidad y oportunidad cualquier niño aprendería a leer él solo), y en otros casos son totalmente inútiles. No es útil aprender datos que son aleatorios y no se corresponden con el interés o la necesidad de cada niño (por qué aprender la vida y obra de Platón y no la de Buda, por qué los ríos de Europa y no las cuevas del pirineo, por qué biología y no arquitectura,...), pero es que encima, todos esos datos hoy en día están disponibles para todo el mundo en cualquier momento. Solamente hay que enseñar a los niños a acceder a esos datos cuando sean necesarios.
Entre el año 400 y el año 1500 el conocimiento global de la humanidad se multiplicó por dos. Desde el año 1500 hasta que se volvió a duplicar pasaron doscientos cincuenta años. La siguiente vez que se volvió a medir el conocimiento global de la humanidad ya fue en 1900 y ya era 2,5 veces mayor que 150 años antes. De ahí en adelante se fue acelerando cada vez más la velocidad de duplicación. En el año 2001 se duplicaba cada 20 años, y se calcula que para el año 2020 todo lo que sabe la humanidad se multiplicará por dos cada seis meses.
¿Qué significa todo esto? Significa, en primer lugar, que nadie está capacitado para retener en su cabeza más que una minúscula parte de ese conocimiento. ¿Cuál elegir? ¿cuál será necesario? No lo sabemos. Ni lo saben los educadores. Siguen enseñando a los niños a escribir solamente a mano, cuando todos sabemos que lo que más usamos hoy en día para escribir es un teclado.
Pero también significa más cosas, significa que lo que aprendemos hoy puede estar ya totalmente superado u obsoleto ya no mañana, sino ¡ayer!. Al avanzar de forma tan exponencial lo que conocemos, las teorías físicas o químicas o biológicas o médicas que se puedan estudiar, en ese mismo instante ya están siendo superadas.
Así que resulta poco útil aprender un montón de cosas ya caducas.
En lugar de llenarse la cabeza de datos, los niños necesitan aprender a aprender. A buscar aquello que necesiten en cada momento, tanto para su trabajo como para su vida diaria.
Y también va siendo hora de que comprendamos que la educación intelectual no lo es todo, y que no dejemos la educación emocional al azar, porque puede traer nefastas consecuencias para su futuro.
Y también va siendo hora de que comprendamos que la educación intelectual no lo es todo, y que no dejemos la educación emocional al azar, porque puede traer nefastas consecuencias para su futuro.
Así que los niños lo saben y dicen a sus padres a gritos que les ayuden a aprender lo que necesitan. El fracaso escolar, más que generalizado (no hablo de notas, que también, sino de lo que los niños piensan sobre el colegio, que en su mayoría sienten como una inutilidad), nos está diciendo que todo lo que aprenden allí no les vale más que para muy poco.
El comportamiento de los hijos, desafiante y difícil en muchos casos, no es más que un grito desesperado, para que los padres aprendan a gestionar sus propias emociones, y así les enseñen a ellos a hacer lo propio.¿Cómo enseñar inteligencia emocional a mi hijo? Solamente hay un camino, solo uno: desarrollar la propia.
Aquel que tiene una alta inteligencia emocional ya está educando a sus hijos en ella, ya no tiene que seguir ninguna pauta ni receta de educación, ya sabe lo que tiene que hacer.
¿Qué grado de seguridad y satisfacción experimentas en la relación con tus hijos?
¿Consideras que esto tiene que ver con tu grado de inteligencia emocional?
¿Crees posible que un padre pueda enseñar a su hijo a gestionar su ira o sus celos si él mismo no sabe qué hacer con ellos?
Los hijos, a poco que nos dejemos y que nos impliquemos, se convierten en nuestra mejor guía, en unos inigualables maestros que nos llevarán a crecer y madurar de forma total. Pero para ello tenemos que inundarnos de preguntas y olvidarnos de “recetas”, tenemos que implicarnos en nuestro crecimiento y tener muy presentes siempre los cuatro valores fundamentales:
Sinceridad.
Poco orgullo.
Flexibilidad.
Aprendizaje constante
Por: Eva Cancer.
Terapeuta Transpersonal.
Mediadora Familiar
Terapeuta Transpersonal.
Mediadora Familiar
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